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martes, 18 de abril de 2023

Aventura en el fin del mundo, parte dos

 Me desperté cuando Paula movió una bolsa en el living. Me había costado dormir después de la excitación vivida el día anterior. La luz llenaba toda la habitación como si fuera el medio día, enseguida sentí el latido fuerte de mi corazón y el nerviosismo se apoderó de todo mi cuerpo. Tantié la mesita de luz en busca del celular, aún no eran las 7am, era muy temprano, pero igual salté de mi cama, ya sobresaltada. Las maderas crujieron, la cabaña sonaba con cada uno de nuestros movimientos. Me vestí rápidamente, me desvestí de nuevo, cuando recordé que abajo de todo iba la remera térmica y luego lo demás. Respiré. El día había llegado, estaba en Ushuaia y la carrera comenzaría en dos horas.

Tomamos un desayuno rápido con Paula, lo habitual, nada debía ser nuevo, ninguna rutina debía cambiar. Los días de la carrera nada se prueba, dicen los que saben. Pronto descubriríamos que eso solo aplica para las seguras y monótonas carrera de calle, la montaña tiene sus propias reglas.

Decidimos llegar a la carrera caminando, y corriendo un poco. Estábamos solo a 2 km de la salida, y lo aprovecharíamos para entrar en calor. Salimos de la cabaña, y el frío nos envolvió de inmediato en el bosque algunos rayos del sol se colaban pero no llegaban a calentarnos. Arrancamos despacio, la subida por la carretera en zigzag, nos sirvió para calentar las piernas. Pronto comenzamos a cruzarnos con corredores que iban y venían. Cada vez mas caras sonrientes, algunos se animaban a las calzas cortas a pesar del frío. El día era soleado y sin viento, un día ideal. Ya de lejos escuchábamos la música de la organización y un hombre que hablaba por el altoparlante. Voy a confesar que no me gusta la música en las carreras, los ruidos fuertes a la mañana me pone nerviosa como los gritos, y en un entorno natural no le encuentro sentido. Debo ser la única persona a la que le pasa esto.

Pasamos rápido a los baños y la carrera comenzó. Así sin ningún tiempo para acomodarnos, habíamos llegado justo y quedamos últimas en la largada.



Una cosa que siempre me llama la atención de las carreras es el ruido del principio, seguido por ese silencio absoluto en el primer kilómetro. Comenzamos los primeros kilómetros con una subida suave, pero constante por la carretera por la que veníamos subiendo desde donde estábamos alojadas. Ya nadie hablaba, con los primeros ahogos, solo se escuchaban los pasitos de la multitud y algunos suspiros ahogados. La carretera terminó en un bosque hacia una subida pronunciada muy ancha y llena de piedras. Por ambos costados se levantaba un bosque de árboles altos y mas arriba una montaña imponente nevada o con glaciares colgantes y piedras de un azul grisáceo oscuras. 



El camino en zigzag terminó en un finito caminito de piedras en una ladera, con un precipicio al costado. Solo habíamos subido unos kilómetros, pero ya estábamos bien arriba y el paisaje se había abierto entre la ladera de dos montañas. Cielo y tierra hasta el horizonte, y el mar con montañas, algunos barquitos perdidos en el océano. Lo sabía, no eran barquitos, sino enormes cruceros que se aventuran a la Antártida en esa época del año. Estando mas alto podíamos ver toda la bajada hasta donde comenzaba la ciudad abrazando el pie de la montaña, las casitas ya parecían de juguete. No soplaba casi nada de viento, y la temperatura era fría pero agradable para nuestro cuerpo. Me sentía con una energía infinita, muchas ganas de subir, muchas ganas de conocer que mas vendría después. Ya arriba y acabada la primer trepada, el aíre nos lleno los pulmones y pudimos comenzar a hablar, intercambiar algún aliento algún comentario. Paula pronto descubrió que su botella de agua era incómoda para tomar ya que debía sacarla de la mochila cada vez y volverla a meter así que decidimos compartir el agua de mi mochila tipo camel back. Luego la llenaríamos con la de ella. 

Dentro del bosque perdimos a la multitud. Por momentos estábamos corriendo solas por medio del bosque, por momentos nos encontrábamos con algunas personas. Charlamos con una chica de Ushuaia por algunos kilómetros, nos contó que estaba volviendo luego de estar parada unos meses. Nos aconsejó hacer regenerativo al otro día. Luego la pasamos y mas tarde la veríamos llegar a la meta. Solo cuando la carrera se volcaba sobre un camino ancho, o una subida pronunciada larga y vistosa podíamos tener real certeza de que no estábamos solas, y que éramos muchísimos corredores.



Pronto descubrimos que diferente son las carreas de calle, donde uno trata de no probar nada nuevo. Nos ponemos ropa que conocemos, calzado que conocemos, y vamos a una velocidad que estamos acostumbradas a correr, comemos y tomamos agua cada una cantidad exacta de kilómetros. Acá la regla que nos pusimos es tomar agua a cada rato, antes de que la boca estuviera seca. Como un reflejo de nuestros cuerpos, lo montaña imponía sus propias necesidades que atender. Debíamos estar todo el tiempo pendientes de lo que el cuerpo pedía.

El terreno es lo que me resultó complicado de la Ushuaia Trail race. Antes había participado de la k15 de Villa la Angostura, y este era mas complicado y traicionero. No había que que confiarse. Lo peor para mí, fueron las raíces patinosas que casi me cuestan un dedo. Iba bajando muy tranquila, cuando me patiné en una de ellas. Puse mis manos instintivamente, pero uno de mis dedos cayó sobre una rama sobresalida, y el dedo se fue todo para atrás. Aún no sé como no se me quebró y fue solo la impresión de lo que podría haber pasado.

Para mi el peor kilómetro fue el 9. El cuerpo estaba cansado, las piernas comenzaban a estar mas cargadas. El aire no me faltó nunca, ni en las subidas, en las que respiraba tranquila y constante.  Llegábamos a los puestos de hidratación, y lejos del consejo de comer solo lo conocido, nos comíamos y tomábamos todo lo disponible. Y parecía que nada alcanzaba como suficiente combustible que agregar a la carrocería. Las piernas quemaban mientras los kilómetros pasaban. Cambié el aire luego de una subida interminable. Delante nuestro una mujer se acostó en el suelo y toda tirada dijo "no doy mas". Enseguida vinieron las compañeras de grupo, o quizás otras corredoras y la levantaron. Una de ellas la retó y le dijo "Te levantás, si estás casada, descansá parada y caminando despacio, pero al piso no te tirás mas".

Las largas subidas, seguían a largas bajadas; y las largas bajadas, seguían largas subidas. Después de esa subida interminable, un espíritu de corredora se apoderó de mi. Me sentía liviana y fuerte. Me sentía toda una corredora y agarraba largos tramos a buena velocidad. 

Ya faltando muy poco todos nos decían "ya llegan, ya llegan", al costado del camino se apostaban personas que alentaban, quizá fans de las carreras de aventuras (de solo mirar), familiares o lugareños esperando a los punteros de los 60km ¡Si! aunque no lo crean hay gente que corría 30 y 60km ese día, y ¡sí! también me parece una locura, pero quién sabe, quizá algún día la locura me haga correr más kilómetros también.

Ya el final estaba realmente cerca, y no como todas las otras veces que nos habían dicho era mentira. Mis sentimientos eran encontrados, no quería que termine, pero por otro lado me sentía feliz porque las piernas y los brazos ya no daban mas. Del cuerpo se había utilizado todo combustible y pensamiento positivo y también cada músculo, y ya todo me dolía. Algunos punteros de los 30km nos pasaban como alambre caído. 

Y finalmente llegó. Otra vez escuchamos la música, el calor de los aplausos que no paraban y el hombre del micrófono que nos daba la bienvenida. Todo me hizo picar mas rápido cuando ya creía que no podía levantar las piernas. No podía parar de sonreir, creo que se me llenaron los ojos de felicidad y también de lágrimas. Cruzamos por el largo pasillo de la meta y nos abrazamos un rato. Finalmente este fin de semana emocionante tenía su segundo capítulo. Otro día en esta aventura para no olvidar



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