¡Gracias por estar acá!

domingo, 23 de marzo de 2014

La llegada de Isabella

Isabella no quiso hacerse esperar mas, y llegó en medio de los carnavales un domingo a la madrugada.
Fue el parto soñado y mas aún. Fue bueno esperarla y recibirla bien, con emoción, con amor, con seguridad.
Me acuerdo que ese sábado me desperté pensando que ese día sería el desalojo, ja! Una partera me había dicho que el bebé no decide cuando nacer, que ellos están cómodos y no hacen nada por salir y que la madre se re pudre de estar embarazada y entonces comienza mecanismos inconscientes que derivan en el parto. Yo disiento parcialmente, para mí los bebés hacen cosas para nacer, comenzando por darse vuelta. Así que ese sábado pensé, que si de mi dependía, ese era el día ideal para desalojar.
Hice todo lo que no había hecho las últimas semanas: colgué ropa, caminé unas cuadras y hasta me puse música alegre y bailé... un poquito. Como a las ocho de la noche del sábado seguía sin sentir nada de dolor, pero como estaba aburrida empecé a controlar cada cuanto eran las contracciones. Aún tenía muy espaciadas, cada 20, auna cada 15, otra cada 20. Y de pronto... tuve una a las nueve y otra a las nueve y cinco y una tercera a las nueve y once. Ahí empezaron, sin nada de dolor, justo como las recordaba del parto de Viki, una cada 5 otra cada 7 después cada 4, 6, etc etc. Como a las diez llamé a mi hermana y le dije que le iba a llevar a Viki por las dudas. Me imaginaba que el trabajo de parto en serio podría comenzar a la madrugada y a esa hora iba a ser incómodo trasladarse.
Antes de que Viki se fuera nos sacamos una última foto con la panza. Victoria sospechaba pero por las dudas le expliqué que no era el momento aún, había que esperar. Mi marido (D desde ahora) se llevó a Viki y en ese ratito que que me quedé sola empezó el trabajo de parto. Si bien las contracciones no se asomaban a llamarse "dolorosas" traían una pequeña molestia en la cintura. A las 11 llamé a la partera y quedamos en encontrarnos a las 12 en la clínica.
Nos pedimos un taxi y seguimos controlando las contracciones. Yo estaba nerviosa, no sentía miedo, solo una ansiedad extrema, euforia y felicidad. Quería que todo saliera bien, así que antes de salir le recordé a D algunas cosas que habíamos hablado durante el embarazo que queríamos para nuestro parto. Le pedí que me recordara respirar, que me hiciera mimos, que me dijera cosas importantes al oído, como que recordara a nuestra hija que estaba naciendo y también a nuestra hija mayor. Le pedí que me abrazara mucho. Yo no podía parar de hablar.
Esquivando carnavales y sin dejar de anotar las contracciones llegamos a la clínica. Por suerte la partera ya estaba. Hasta ese día yo solo la había visto una vez, y me había caído muy bien. De hecho, de las tres parteras del equipo que podían tocarme, esa era la que mejor me caía. En seguida me conectó un monitoreo fetal y me hizo tacto. Las noticias no eran muy buenas, recién tenía 1 y medio de dilatación. Nada! Pensé que era un papelón, ya teniendo una hija por parto natural, llegar a la clínica con una falsa alarma... No era posible, yo estaba segura que estaba en trabajo de parto. Así que nos quedamos un rato controlando si realmente tenía contracciones, y la partera pudo constatar que sí las tenía.
Si, tenés contracciones, nos quedamos. Me dijo. Yo me sentí bastante aliviada, pero antes de que pasemos a la sala de parto, me dijo que iba a hacer un último tacto. Ahí creo que aplicó dilatación manual, algo con lo que yo no estaba de acuerdo. Le aclaré que no quería que me rompiera la bolsa, le dije que yo había hablado con el obstetra sobre el tema y que quería que mi parto fuera lo mas natural posible.
Así que ahí nomas se detuvo toda la revoltija y manoseo que estaba haciendo, nos fuimos a cambiar y pasamos a la sala de partos. Antes completamos algunos papeles para la internación. Yo estaba en el aire. Me explicaban cosas como por ejemplo como iba a ser los trámites de la documentación de Isabella, y yo le prestaba cero atención. Pensé que por suerte estaba prestando atención mi marido, porque ahí las contracciones empezaron a dolerme y yo me agarraba por momentos de la mesa, o de la silla.
Antes de ir a la sala de partos pedí pasar al baño, y ahí me di cuenta que ya tenía pérdidas. Seguro la partera ALGO había hecho antes de que yo la parara. Me conectó otra vez el monitoreo, y me puso una vía. Yo miré el contenido del suero mil veces. Quería estar segura que no era de oxitocina.
Ahí practicamos un pujo. Yo noté que había pujado muy mal, se lo dije a la partera y le prometí que iba a pujar mejor. A D le dio gracia mi sinceridad, después me dijo que él hubiese dicho que había pujado con todas las fuerzas.
Por momentos me venían unas contracciones muy dolorosas y buscaba posición en la cama para estar mejor. Pero no había posición, ni estrategia, ni forma, parecía que la única manera de que pararan, era escapar de mi cuerpo. Quería escapar. Miraba el aparato del monitoreo, por momentos tenía un valor en 20 o 30, y al rato comenzaba a subir vertiginosamente, mas, mas, hasta que cerraba los ojos porque no quería ni ver hasta donde llegaba y me retorcía otra vez. Entonces habría los ojos y el número ya estaba bajando. Mi marido me acariciaba la espalda, me decía cosas dulces y me recordaba que respire bien. Pobre, por momentos parecía que se llenaba de impotencia y quería agarrarme y sacarme de ahí para que ya no sufriera.
Empecé a aprovechar esos momentos, cuando el número del monitoreo fetal bajaba a las dos cifras, para convertirlos en momentos de paz, quizá hasta de placer. Quería sentir mi respiración calmada y la ausencia de dolor como un instante positivo para mi mente y para mi cuerpo. Tenía que poner en práctica toda la experiencia del otro parto, todo lo que había leído, y todo lo que había aprendido en el curso con el equipo de Gestar (esa es otra historia ;). Y empecé a visualizar al bebé naciendo, al bebé en mis brazos, ya faltaban minutos para ese instante, ya todo iba a terminar y el dolor iba a irse en solo un instante.
Me animé a dejarme fluir con el dolor. No resistí mas. El dolor era insoportable, entonces no había que soportarlo mas, no había que pelear contra él, sino hacerlo un aliado. Ya sabía yo que ese dolor era el que te mostraba como parir, como pujar, como hacer fuerza y yo tenía que aprender de nuevo. El dolor me venció y simplemente me dejé llevar, dejé que saliera por mi garganta un gemido largo, y me sentí mejor. En la siguiente contracción dejé que mi respiración no fuera tan ordenada, dejé que me inundara y que mostrara mi desesperación y también sirvió.
Abrí los ojos, el monitoreo mostraba un número de tres cifras, pero yo no sentía dolor. El valor de 130 que antes me hacía retorcer, ahora eran meras cosquillas inexistentes. Yo me estaba haciendo mas fuerte, mas tolerante. Imaginaba mi aire entrando desordenadamente y yendo hacia abajo, empujando a la bebé, abriendo el canal de parto, saliendo de mi cuerpo llevándose el dolor.
Visualizaba. Las imágenes eran confusas, y los pensamientos tranquilizadores comenzaban y terminaban pisándose entre si.
En algún momento de todo esto la partera me informó que la bolsa se estaba por romper, y que si hacía un pujo bueno seguramente se rompería. Decidí que esta vez iba a pujar muy bien. Me concentré en todo el movimiento, pero en cuanto vino la contracción, el dolor me hizo flaquear. Por un momento pensé que no podría pujar en esas condiciones, que con ese dolor no sería dueña de mi cuerpo y que no sería capaz de hacer un movimiento que necesitaba de tanta precisión. Pero fue solo un instante, me encogí y pujé, mas que con toda mi fuerza concentrándome en que la fuerza fuera la correcta, contrayendo los músculos correctos, trataba de revisar cada músculo del cuerpo y corregir la postura manteniendo el aire adentro y acompañando el dolor. Y ahí la bolsa explotó. Escuché el sonido y sentí como salía el agua expulsada del interior. Me sentí muy fuerte y muy bien y se lo hice saber a D. Pujar con ese dolor y haberle ganado me había dado una extraña sensación de poder y bienestar.
Al rato llegó el anestesista y lo hicieron salir un rato a mi marido. Me había planteado muchas veces si quería la anestesia o no, y había decidido que si la quería. Terminé pensando que el parir a mi hija con anestesia no tenía que ver con recibirla con amor o no. También lo hablé en mi terapia y me di cuenta que el vínculo con ella hasta podía ser mejor si yo no estaba tan adolorida al momento de recibirla. Me daba miedo no sentir mi cuerpo, y no pujar bien. También me daban miedo los efectos adversos de la anestesia. A una conocida le colocaron mal la anestesia y terminó con un dolor de cabeza insoportable durante semanas, además que sintió todo el dolor del parto. Pero por suerte nada de eso pasó. Le pregunté al médico cuando me había puesto la anestesia porque no había sentido el pinchazo. Honestamente no sé cuando lo hizo...
Y por suerte sentí todo mi cuerpo, excepto el dolor, yo podía visualizar exactamente donde estaba la cabeza de la bebé y cuando tenía contracciones. Hicimos algunos pujos mas para ayudar el trabajo de parto y llegó el obstetra, que también había venido esquivando corsos.
Y ya estaba. El momento de la verdad había llegado.
Me preguntaron como me sentía. Mejor imposible, dije. Y era la verdad. Iba a pujar y pensé que quizá la partera se iba a subir a mi panza para ayudarme. Yo ya estaba preparada para pedirle que no lo hiciera, pero no fue necesario. Todos se quedaron mirando sin tocar. Pujé una vez cuando sentí venir la contracción, sentí la cabeza saliendo y a todos diciendo "si, si, si. Va muy bien". Traté de verla pero no me daba el ángulo, entonces cerré los ojos otra vez y la sentí a través de todo el canal de parto. Su cuerpo atravesándolo, su paso, su llegada. No pude contener el aire, y dije "la siento, la siento!!!".
Y salió. Lloró un poco, gritó y dejó de llorar. Entonces me asusté porque pensé que algo le pasaba. Le pasa algo? pregunté. No, no. Todo bien. Me dijeron en seguida.
Escuché la voz del médico que decía la hora de nacimiento. -Dos y cuarenta.
Todo había pasado muy rápido. Pasadas las doce de la noche llegamos a la clínica, a la una terminé de completar los papeles para la internación y a las dos y cuarenta nació Isabella.
Estiré los brazos para agarrarla, pero se la empezaron a llevar para un costado, así que me volví a asustar porque otra vez la bebé no lloraba. En realidad toda esa caminata era para apoyarla sobre mi pecho, no querían dármela en las manos quizá por seguridad.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, de pronto la euforia y la alegría se sumaron a la exitación que sentía. Isabella lloraba desnudita sobre mi pecho y dejaba de llorar y volvía a arrancar el llanto. Con cada grito, yo me sentía aliviada porque sabía que todo había salido bien y no podía parar de llorar. La euforia me duró dos días en las que no pude dormir mas de quince minutos seguidos.
La miré, finalmente la conocí. Quería saborear ese momento justamente como lo había soñado.Era hermosa y rechonchita, tenía una cara redonda y unos ojos achinados muy lindos. Me sorprendieron sus rasgos que parecían orientales. Me hizo gracia pensar que no se parecía en nada a la cara que yo tenía en mi mente. No se parecía a Victoria recién nacida, ni a mi marido, ni a mi. Pero era una bebota hermosa. Al instante se la llevaron para hacerle todos los controles rutinarios, y en unos pocos minutos mi marido cumplió su promesa y la trajo de vuelta. "Ya es nuestra? Viene a la habitación con nosotros?" Le pregunté. Y me dijo que sí. Uno de los temores pre parto había sido justamente el miedo a que se la llevaran arbitrariamente a neonatología durante horas.
Allí nos separaron, lo mandaron a mi marido a cambiarse, y a nosotras nos llevaron en ascensor directo a la habitación.
Una vez los tres en la habitación me empezaron a limpiar, y me preguntaron si iba a amantar a la bebé. Les dije que si, y ahí nomas la prendí al pecho, aunque me costaba bastante moverla porque todavía tenía puesta la vía, además no me paraban de temblar las piernas. Me ofrecieron un té con galletitas. Nunca había tomado un té con tanto placer, estaba muerta de frío.
Esa primera vez que le di la teta, dejé que la tomara dos veces de cada lado. Recién terminó de tomar la segunda vez a las cinco de la mañana. Yo quería estar llena de leche, tener un montón y muy buena, que engorde Isabella, que se ponga fuerte. Todo el tiempo pensaba en el parto y en lo maravilloso que era todo eso que me estaba pasando. El nacimiento de Isabella fue de las experiencias mas gratificantes de mi vida. Cuando me transporto a ese instante y pienso en los detalles, creo que los volvería a vivir una y otra vez.
Eso es quizá lo mas gratificante. Creo que las mujeres crecemos y vivimos con miedo al parto y yo tuve el privilegio y la oportunidad de vivirlo de otra manera. En mi caso fue un camino y una búsqueda muy larga y por momento intensa en la que hubo idas y vueltas, en las que hablé con la mitad del planeta buscando opiniones y experiencias. Escuché hablar muchísimo sobre el parto respetado, y finalmente pude comprobar que es importantísimo sentirse cómodo y no violentado en ese momento. Aunque también me dí cuenta que parto respetado iba mas allá del concepto de elegir la posición para parir o respetar los tiempos fisiológicos del nacimiento (lo cual es muy importante), es también poder ponerse una misma en un rol protagónico y de poder al momento de parir. Creo que esto no tiene que ver con discutir las opciones médicas con el profesional, pero tenés que poder sentirte cómoda preguntando y planteando las inquietudes.Y también pienso que esto fue así para mí, pero otra mujer puede necesitar otras cosas.
Hoy puedo decir que volvería a tener un parto todos los días para volver a pasar por esta experiencia tan maravillosa que es traer un ser amado al mundo.
Related Posts with Thumbnails