Como dice esa frase de la Yaga en el viaje de Chihiro: Nada se olvida, aunque no podamos recordar.
Era feriado, pero yo había decidido trabajar. Estaba embarazada de seis meses, faltaban pocas semanas para que me casara con el amor de mi vida, y solo unos meses para que naciera nuestra bebé. Nunca me gustó la idea de ser mujer y quedarme sin trabajar, también me gusta traer el sostén a la casa, algo que simplemente forma parte de mis huesos.
Aquel día marcaría una fecha importante en la historia Argentina. Primero porque se festejaba el día de la independencia y segundo porque ese día ocurriría un hecho climático inusual sobre Buenos Aires.
Lloviznaba y aceleré el paso para no mojarme, salté algunas baldosas llenas de agua ¡Si! Con seis meses de embarazo saltaba hasta tres escalones sin problemas y también a veces corría el colectivo. Ese día corrí el colectivo porque para variar llegaba tarde. Me acurruqué en el asiento de atrás cerquita del motor ¡Hay que ver el frío que hacía! Una de las cosas que mas me gusta del invierno es calentarme, y las sensaciones que se tienen con las diferentes temperaturas. Después de pasar un buen rato de frío tomar un té, acurrucarse en la cama, pegarse a una estufa, todo eso simplemente me hace sentir muy bien.
¡Nieva! ¡Nieva! Dijo el conductor del colectivo de pronto. Miré para afuera y me pareció que si, pero mas bien parecía agua nieve o agua medio congelada. Me sonreí, porque toda mi infancia se amenazó con una nevada en Buenos Aires, yo amaba el frío de solo pensar que podía suceder alguna vez.
Y ahí no más, el agua comenzó a palidecer hasta llegar al blanco inconfundible de la nieve.
Salí del trabajo ya cuando era de noche, pero aún nevaba.Caía del cielo como caricias blancas iluminadas por algún farolito. Salí de abajo de los techos y bailé bajo la única nevada sobre Buenos Aires que he visto en mi vida. No era la única loca, las personas que salían a la calle gritaban, bailaban, sacaban fotos y filmaban sorprendidas.
Me quedé un buen rato ahí debajo, solo aguantando a que la nieve se acumulara en mi cara, y me acariciara con su frío.
Toqué mi panza y pensé, "cuando ella sea grande le voy a contar de este día", aunque supe que ella lo sabría, lo estaba viviendo en ese momento conmigo. Lo vivía como los bebés sienten a sus mamás, de la manera más auténtica. Ella sentiría mi respiración y el latido de mi corazón, también el frío, y me escucharía reír llena de vida desde ahí adentro.
Y ahora cuando me escucha reír igual que aquel nueve de julio, sabe que su mamá se siente muy feliz.
Si habrá sido impactante ver nevar en Buenos Aires, que mi hija, mientras hacía muñecos de nieve en San Luis, envidiaba mis fotos en la vereda de casa, con apenas una bola de nieve.....
ResponderEliminar¡ Pero qué entrada más preciosa, Caro ! Me ha encantado. Parece un cuento, pero es más bonito aún: real. ¡ Cómo habrá de disfrutar tu pequeña cuando se lo cuentes un día, su mamá, protagonista y autora !
ResponderEliminarun beso
Lo que nos hace ser lo que somos son los vínculos, esas ataduras invisibles que nos trascienden, que extienden lo que somos a otro tiempo y a otros seres.
ResponderEliminarUn saludo
Hola!!
ResponderEliminarMuchas gracias. En serio. Necesitaba sacudirme y continuar. Uno a veces se ensucia, y es muy difícil crear con el alma medio manchada.
Quería escribir, pero mis dedos se habían oxidado de nuevo. Así que traté de recordar un momento agradable, y con mucho esfuerzo salió esto.
Un abrazo a los tres!
Caro
Holaaa! como estás?...hace frío!!!! :)...leía tu última entrada y elegí escribirte en esta por si te levantaba un poquito el ánimo...un beso y un abrazo!
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